Embarazarse en pandemia

Desde pequeña soy una persona decidida y bastante planificadora, así que cuando el coronavirus llegó a Chile me dije a mi misma: “este virus no va a detener mis planes de ser mamá por primera vez y quedar embarazada este otoño”. Ya tengo 36 años y me gustaría tener más de un hijo.

Cuando todavía no conocía a mi actual pareja, incluso pensé en congelar óvulos o ser madre soltera. Pero también tenía muy claro que quería desarrollarme profesionalmente en mi carrera -trabajo en Educación- y me preparé para ser mamá después de los 35. Muchas de mis amigas empezaron a tener guaguas cuando teníamos alrededor de 30 años, y naturalmente su tema de conversación más recurrente era la maternidad, área que en ese momento todavía no era de mi interés. Yo estaba soltera, quería seguir trabajando al ritmo que me gustaba, seguir viajando por el mundo como lo hacía. De hecho, cuando cumplí 30 años, mi meta era desarrollarme en mentorías docentes, que es el área que me apasiona, e irme a algún país remoto y diferente al mío. Fue así como terminé en Malasia, donde fui coach de profesores y después viajé por el sudeste asiático con el dinero de mi esfuerzo.

Como dije, soy una mujer decidida, así que estuve desde el comienzo enfocada en que ni siquiera la hecatombe de la pandemia opacarían mis planes 2020. Soy de aquellas que si tienen una idea en mente hacen todo lo que esté en su alcance para conseguirlo, con la aclaración de una convicción un poco más espiritual: creo que cuando las cosas tienen que suceder, suceden. Fluyen. Porque si bien es importante planificar, importa aún más tener pensamientos positivos y creer lo que deseas para tu vida.

No sé si es suerte. No creo en ella, más bien creo en el karma, en las energías y en el poder de la mente. A mi pareja actual la conocí hace 5 años, meses después de haber vuelto de Malasia. Nos casamos por el civil dos semanas antes de la crisis social -el 7 de octubre- y luego, en marzo 2020, una semana antes del inicio de la cuarenta en Santiago. Casi parece una historia maquillada que seguro mis ficticios nietos tildarían de distorsionada. Y la verdad es que a ojos de quien no nos conoce, parece inverosímil cómo se dieron los acontecimientos. Disfrutamos una luna de miel en uno de los países europeos donde el coronavirus llegó al final y donde parecíamos un par de excéntricos escapando de la pandemia que nos pisaba los talones, solo por días. Publicábamos fotos idílicas de castillos portugueses, mientras nuestra familia y amigos nos decían: “vuelvan pronto, aquí está llegando el virus”. Aterrizamos de regreso el día que anunciaron el cierre de fronteras de Chile.

Al fijar las fechas, en mayo de 2019, jamás pensamos en el estallido social ni en la posibilidad de una pandemia, tal como otros amigos que intentaron celebrar su matrimonio por esas fechas y no lo lograron. Nosotros elegimos el 5 de octubre porque había una hora disponible para ese sábado en el Registro Civil y el 7 de marzo porque era de las pocas fechas no ocupadas en el club donde hicimos la fiesta. Lo curioso y un tanto místico, tal vez, fue que me casé la fecha de cumpleaños de mi abuela y de mi padrino, ambos fallecidos hace un tiempo y parientes de mi madre, a quienes nosotras más estimábamos.

Cuando aterrizamos en Santiago, el 16 de marzo, nos encerramos en nuestro departamento y no salimos más. Con una amiga -que también tenía planes iniciales de quedar embarazada de su segundo hijo- conversábamos si era el mejor momento. Ella tomó un paso atrás, mientras yo di dos pasos adelante. “Lo que tiene que suceder, sucederá y lo que no, no. Así es la ley del karma”.

Un mes después, a mediados de abril, hubo unos días en que me sentí muy mal. Fiebre leve, dolor muscular, cefalea. “Quizás tengo Covid-19”, pensé. Fui a hacerme el examen PCR. Dio negativo. A la semana siguiente me di cuenta de que estaba embarazada.

Jimena tiene 36 años y trabaja en una fundación de educación.

Fuente. La Tercera

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